¡El hombre ideal sí existe!

Mi nombre es Marcela. Soy una mujer de 29 años que después de varios intentos fallidos ha llegado a la conclusión de que los príncipes azules no existen. Sin embargo, una persona llegó a cambiarme la vida para siempre. Alguien a quien yo defino como “el hombre ideal” y lo entendí a raíz de mi último despecho.

Los primeros días después de terminar con mi novio (juraba que iba a ser mi futuro esposo), no quise salir. La crisis me duro más de un par de semanas, pero la vida me obligaba a salir de mi cama; por eso de que uno debe sobrevivir. La oficina me esperaba y la casa no se iba a cuidar sola. Entonces, en medio de mi despecho conocí  al hombre ideal. Me hizo entender que podía convertirme en una mujer independiente, lo cual no habría pasado sin su ayuda.

No tenía ganas de salir, ¡ni a la tienda! y mucho menos si se trataba de un antojo nocturno de esos que nos dan a las recién solteras a las altas horas de la madrugada. Y fue justo ahí donde él empezó a robarse mi corazón, con sus botes de helado, cajas de chocolates – a las dos de la mañana-, un postrecito a la oficina y el desayuno con flores a la cama los fines de semana. La dura labor de enfrentarme a ir al supermercado me la solucionó (pues no quería encontrarme con un ex-recuerdo por ahí) y sin tener que moverme de mi casa me traía todas las bolsas hasta el quinto piso en el que vivo. Olvidé lo que es organizar el mercado, también lo hacía por mí. Con dulzura pero sin arruinar mi existencia, ni invadir mi espacio me empezó a conquistar; lo mejor de todo es que aparecía sólo cuando lo necesitaba.

Él, el hombre ideal, trae mi plato favorito sin reparo alguno, ya no tengo que tomar cerveza ni el trago que no me gusta (cuando estoy en parches de mucha gente), sino que siempre pido la botellita del vino rosado que me gusta o los ingredientes para preparar un buen Mojito. Todo, gracias a él.

Ya no se me hacía raro que algún “caballero” olvidara sus preservativos, y la verdad es que eso, las pastilla del día después y los anticonceptivos, no es algo que pueda comprar cómodamente como si se tratara de tacones y carteras (porque en eso sí que soy experta). En esas situaciones “embarazosas”, siempre llega él al rescate, para demostrarme una vez más que no necesito que nadie se encargue de cosas tan básicas. Me rompió el concepto de que el cerebro masculino sólo puede hacer una cosa a la vez (pues él lo hace TODO).

Así fue como conocí a mi Rappitendero, ¡El hombre ideal! Ese que me acompañó en el despecho y ahora me acompaña en la independencia. Ese que se encarga de mis antojos, de mis caprichos, de mi mercado y de las cosas más locas que siempre quiero. Ese que está en minutos, justo cuando yo lo necesito.

Gracias Rappi, por dejarme pedir todos esos antojos y acompañarme en mis días.

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